jueves, 2 de noviembre de 2000

Homenaje Fernando Belaunde, un Gran Republicano – por Alfredo Barnechea – Año 2000

La siguiente es una transcripción parcial del texto que el ensayista y hombre de prensa Alfredo Barnechea leyó en el acto con que una representativa y masiva conjunción de peruanos celebró los 88 años del ex Presidente, el martes 17, en el Centro Cívico de Lima.

Nos hemos reunido esta noche para rendir un tributo unánime a la figura y a la obra de Fernando Belaunde Terry.

Estamos aquí mujeres y hombres de todas las tendencias. Hemos venido por un instinto antiguo, casi tribal, que es el que hace a veces que las sociedades, en graves momentos de incertidumbre o de peligro, se congreguen alrededor de una figura totémica, alguien que encarna ciertos valores en los que creemos, una suerte de delegado de la historia nacional. 

Belaunde es una de esas figuras, una suerte de símbolo.

Ante todo de la democracia y las libertades públicas. En 1963 le bastaron siete días para instaurar gobiernos municipales autónomos. En 1980 le tomó dos horas devolver los periódicos. En su primer gobierno no oyó los cantos de sirena que le aconsejaban cerrar el Congreso opositor, y gobernó respetando la dualidad de poderes, un fenómeno finalmente normal en muchas democracias.

Además de símbolo democrático, lo es también de la reconciliación nacional. Al volver al poder en 1980 encontró en el mando de la Fuerza Armada a algunos oficiales que lo habían desalojado del poder en 1968, pero respetó su posición porque estaban allí por méritos profesionales e institucionales.

Acaso no tenga otro mérito para hablar esta noche que no ser uno de sus partidarios, y haber sido en el pasado incluso uno de sus episódicos críticos, y que redescubrió después, en la soledad del estudio o en numerosos viajes por el Perú, lo grande de la obra de Fernando Belaunde.

Hay, claro, voces que pretenden ignorar esa obra. Por ejemplo el vicepresidente Tudela acaba de decir que entre 1960 y 1990 hubo mucha deuda...pero poca obra pública. Al contrario. El grueso de la obra pública que disponemos se hizo entonces. Dos tercios de la electricidad los prendieron las manos de Belaunde. Construyó -en contraste con este régimen, que no ha construido ninguna- medio millón de viviendas, para medio millón de familias, durante sus gobiernos. Cuando llegó al gobierno en 1963, casi un tercio de las capitales de provincia no tenían acceso vial, y Belaunde se las dio. Pero no sólo construyó miles de kilómetros de carretera sino que abrió una región entera, la Selva, con centenares de miles de hectáreas, a la economía. Una región que incas y virreyes apenas hollaron, y la República ignoró hasta Belaunde, mientras sólo los misioneros franciscanos la habían hollado de verdad.

Negar esa obra pública es falsificar la historia, y darle indirectamente una justificación a una tradición autoritaria.

Belaunde pertenece a la gran tradición de presidentes reformistas de América Latina, como los dos Lleras en Colombia, Betancourt en Venezuela, Kubitschek en Brasil, Frei en Chile. Presidentes que gobernaron dentro de un régimen de partidos, representando partidos populares, sometidos al imperio de la ley y los límites del poder. Es interesante recordar que bajo esos gobernantes, que no se sometieron a la fuerza del dinero ni al poder de los sables, América Latina creció el doble que en toda esta década neoliberal. Presidentes que honraron la alta magistratura que los pueblos les confiaron. Honestos, "no se arrodillaron a recoger el oro que tenían a sus pies".

No quiero exceder las fronteras del protocolo en esta reunión de homenaje, pero faltaría a convicciones profundas si no dijera esta noche que muchos peruanos sentimos que la oposición va a un diálogo de fantasmas, negociando con voceros gubernamentales sin poder. Hay un gobierno en la sombra, que es el de los comandantes militares. Quieren cambio para que nada cambie.
En 1958, al instaurarse el Frente Nacional en Colombia, Alberto Lleras reunió a los militares en el Teatro Patria. Esa frágil y enjuta figura civil fue caminando solo. Desde que las sociedades dejaron de ser hordas, les dijo, crearon cuerpos militares especiales. Les hemos dado tributos especiales para armarse. Les hemos dado leyes especiales, para que sean ustedes mismos los que juzguen los delitos de sus gentes, cuando son delitos de función. Les hemos dado incontables privilegios. Pero con la condición que no usen esas armas contra los ciudadanos, inermes, cuyas fronteras deben resguardar.

La democracia no puede tener tutelas. En países cercanos las ha habido, es verdad, pero al menos sus ciudadanos han gozado de una prosperidad relativa.

Cuando se haga en cambio el balance frío de estos años en el Perú, veremos que no se ha resuelto sino empeorado el tema de la pobreza. El aparato productivo está colapsado. La deuda externa incluye ahora una cuantiosa deuda privada. Junto a todo ese descalabro, poca obra pública de largo alcance. Entre tanto, ha dilapidado gran parte de los fondos de privatización. Y sobre todo, no ha defendido a los peruanos. El siglo XX comenzó con la lucha por los derechos básicos a una jornada laboral decente, expresados en las ocho horas de trabajo. El siglo terminó, bajo el mandato del fujimorismo, volando de un plumazo esos derechos.

Pueden haber terminado los días del Estado de Bienestar, pero la necesidad de sociedades del bienestar sigue enteramente vigentes. Han cambiado, entre otras cosas por la globalización, los medios a disposición de los Estados, pero los fines de equidad y solidaridad no pueden ser desterrados del campo de visión de la política. El Estado debe proveer de un piso común para la igualdad de oportunidades.

Venimos sin embargo esta noche para decirles también a los fujimoristas que somos sus adversarios, pero no somos sus enemigos. La democracia se funda sobre la convivencia, sobre la tolerancia, sobre el respeto de los derechos de los otros, y los adversarios de ayer pueden ser siempre aliados eventuales de mañana. Hay un lugar bajo el sol, para todos, sin excepción, en el futuro, y no habrá persecuciones políticas ni económicas.

¿Qué nos enseña, más allá de las cifras y las proclamas, Fernando Belaunde? ¿Qué puede decirle a las generaciones más jóvenes?

Una visión amorosa, sincrética, del Perú. Enseñó que había que bucear en las realidades milenarias, que había en ellas lecciones perdurables que eran un límite a las ideologías, que el ancestral equilibrio hombre-tierra conducía a un mestizaje de la economía. Que el Perú era, en suma, una doctrina.

En ese descubrimiento, se dio cuenta que los países subdesarrollados tienen recursos ocultos, que podían y debían movilizarse, y que la acción conjunta de las comunidades y el Estado creaban la fuerza mágica de la cooperación popular. Algo que tambien se ha olvidado ahora, cuando incluso las necesarias provisiones alimentarias son regaladas como una donación del Príncipe, no como un derecho de los ciudadanos.

Nos enseñó también que hay un país más allá del país de los políticos. Que hay que salir a buscar al pueblo, por encima de los cenáculos, salones, o convictorios. Es lo que hizo en 1956. Salió a buscar al pueblo, y lo encontró. Y nos ha enseñado desde entonces, como todos los grandes conductores, que sólo se hace política con el pueblo. Así que estamos esta noche como entonces: sin millones, sin matones, sin camiones...

Es una lección incomparable y de enorme actualidad. Las generaciones más recientes, acaso empequeñecidas por el pragmatismo, pueden estar divorciadas de la política. Pero la política es un instrumento noble cuando se pone al servicio de los pueblos. Los grandes empresarios no la necesitan. Los militares tampoco. Pero quienes no tienen tanques ni millones, sólo tienen la política para defender sus derechos.

Belaunde simboliza la continuidad de una tradición democrática republicana. Nos han querido hacer creer que la República sólo es una sucesión de mandones. Hay, qué duda cabe, una maciza tradición autoritaria, que comenzó en los orígenes de la República con Monteagudo. Los peruanos, dijo el argentino, no pueden tener una república sino monarquía, porque adoran ser serviles. Pero junto a esa tradición se han alzado una y otra vez los peruanos para decir que no quieren ser serviles, que quieren ser republicanos. Se alzó temprano la voz de Sánchez Carrión. Se levantaron las huestes civiles de manera programática en 1871 y 1872 con Pardo. Volvieron a levantarse con la Coalición de Piérola. Se levantaron una y otra vez en el siglo XX para pedir derechos civiles, derechos laborales, para insistir tercamente en esa promesa democrática. Junto a las sombras, se vieron las luces. A veinte años que cumplamos doscientos años de república, tenemos que lograr que esta tradición democrática se imponga finalmente a la otra. Para siempre. Este es uno de los desafíos de la década que empieza. 

Por encima de la cabeza de todos los asistentes esta noche, oigo un coro misterioso de voces. Son las voces de Junín. Las que se oyeron un día, casi inermes, en San Juan y Miraflores. Las que volvieron a oirse una madrugada de niebla y de decencia, hace cien años, en Cocharcas.

Son las de los comuneros de Chincheros, que usted encontró en su primer peregrinaje. Las de los mártires de su propio partido, Presidente, a los que usted ha sobrevivido. La de los muertos de todos los partidos, la de los mártires del Apra y la izquierda, la de todos los héroes anónimos del pueblo que, desvanecidas ya las pasiones que los enfrentaron, duermen juntos en el suelo inmemorial de la patria, abrazados en el sueño inmortal del Señor.

Escucha esta noche, juventud de mi país, esas voces. Llegan para decirte que el Perú es una larga promesa, a veces trunca; un sueño intangible, a veces frustrante, pero que readquiere siempre, al cabo de la noche, la luminosidad del amanecer. 

Vienen aquí para decirnos que su lucha no ha sido en vano, y que a la larga, querido y admirado Presidente, la victoria será de los demócratas. 
Fuente: Caretas