lunes, 29 de febrero de 2016

Alfredo Barnechea según Roberto Bermudez

Es poco común en el Perú, inaudito, para ser preciso, la aparición de un intelectual veraz en el radio de la política nacional ─tienda de la barbarie─ donde todo lo insano convive en tolerancia y legalidad y se fermenta en espectáculos brutales de degradación.
Alfredo Barnechea encarna este lugar central, el del generador y defensor de las ideas, el del expositor capaz de hacer del lenguaje una herramienta de comprensión; puente sutil por donde transitan con claridad y elegancia sus axiomas.
Es en este sentido donde la figura del intelectual que encarna el candidato de Acción Popular, contrasta en medio de esta lid electoral, donde se yerguen con vanidad y sin escrúpulos la estupidez y la infamia.
Su figura, lo que Alfredo Barnechea y sus maneras limpias representan, revelan, aunque todavía en ciernes, un síntoma: existe un porcentaje de peruanos que no ha claudicado en la evidencia de padecer políticos de la catadura de aquellos que nos “representan” o “representaron” y cree todavía posible para el país un giro inédito, una representación del intelectual comprometido con los dramas que se cuentan ahora mismo en la base de la pirámide social y que nos hacen todavía bárbaros.
Pienso en Barnechea como en una especie de reivindicación para el peruano que cree en el esfuerzo intelectual, aquel investigador, lector o estudiante que se deleita en las agitadas aguas del conocimiento, en el rigor máximo de la cita, en la precisión de datos y revelación de información y más allá de eso, en el mensaje que esta actitud que Barnechea representa, irradia sobre la juventud (la de nuestro tiempo, sin horizontes ni actores referenciales de ningún tipo) y clarifica un poco la hojarasca de fétidos pétalos esparcidos con impudicia por tantos años, por aquellos que hacen de la política el mazo que aniquila a los más pobres, embebiéndolos con sus brebajes conocidos; prensa irresponsable y servil, bestialismo hecho entretenimiento, pérdida de cualquier estética.
Porque está claro que elegir sin ver es el plato estelar de nuestras elecciones y la ignorancia, el acicate preferido por los gestores de la degradación política del país.
Por eso la actitud de Alfredo Barnechea es heroica, pues enfrenta el drama sin vacilar en sus convicciones y se declara, ante una audiencia que en su gran mayoría no tiene el hábito por la cultura ─por exclusión o negligencia─ lector de Borges, amigo de Octavio Paz, enemigo público de la televisión y la banalidad, mientras que aquellos contendientes que lideran ciertas encuestas, nos participan de su degradación, acometiendo cualquier acción necesaria a cambio de un “voto consciente”. El circo está montado y echa raíces.
Esta es precisamente la función del intelectual, su capital más estimulante; la consecuencia, el respeto primario a unas convicciones adquiridas en el fragor de los años, frecuentando el conocimiento, trazando círculos de ilusiones sobre las páginas de los libros y que Alfredo Barnechea asume hoy con deslumbrante lucidez, abandonando su biblioteca y apuntes, la conversación vital (febril pasatiempo suyo) para comunicar a los peruanos que a pesar de la prensa chicha, la ignorancia propagada desde la televisión como el cólera, existe la posibilidad de encontrar a través de lo que el intelectual veraz representa, una dignidad, cierto decoro en la vida social y una representación digna en la política.
Fuente: La Mula

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